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Encabronarse o morir

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Tenemos tantos motivos para encabronarnos que al final ya no nos molesta nada. Bueno, “salvo alguna cosa”. Y es que el umbral de resistencia al encabronamiento en España alcanza ya cotas de mansedumbre orteguiana, ilimitada y lanar. Pero no somos culpables: cuando te estás enfadando por una “cosa”, aparece otra enseguida que te quema aún más y luego otra que tapa a la anterior. Y al final, claro, ya no te acuerdas de por qué estabas indignado al principio y hasta te quedas traspuesto en el sillón, oyendo el ronroneo informativo que narra la descomposición del país con el mismo traqueteo repetitivo y adormecedor de las etapas ciclistas en las sobremesas veraniegas.

Sólo con los efectos paralizantes de la estupefacción sostenida se explica la vacante de Nerones en este país, que “salvo alguna cosa” vive ya desnudo y con el único abrigo de su eterna pandereta cubriéndole las vergüenzas. No hay mucha más explicación para entender la resignación de una ciudadanía que vive con los niveles de paro más altos de Europa y con unas instituciones que no cesan de meterle el dedo en el ojo a diario con “alguna cosa”: recortes, escándalos de corrupción, promesas incumplidas, amnistías fiscales para golfos y toda esa colección de provocación y desesperanza a la que asistimos.

Y no hablo de echar en falta una respuesta violenta, hablo de una protesta democrática y activa. Aún puedo recordar a los millones de personas que salieron a la calle a protestar pacíficamente por la participación de España en la guerra de Irak allá por 2003. Una causa justa, pero en desiertos lejanos… Ahora tenemos una causa que no está lejos, de hecho está más cerca que las puertas de nuestras casas, pegada a la liviandad de nuestros bolsillos: en sus telarañas está el recordatorio de desahucios, desempleo, prestaciones agotadas y meses que deberían durar dos semanas menos para poder llegar al final de ellos.

Pero miras por la ventana ¿y qué se ve? Mucho asfalto sin ocupar, quizás algo de 15-M, un par de huelgas generales de apoyo discretísimo y algún que otro Robin Hood haciendo la guerra por su cuenta para no mancharse el inmaculado traje utópico-perrofláutico con la pestilencia de partidos y sindicatos. Ya se sabe: todos son iguales, la derecha nos convenció de ello (aunque primero convenció al PSOE, que acomodó sus posaderas a esa realidad). Y por eso ahora en la calle hay un laberinto imposible donde millones de peces no se encuentran y se los come el tiburón.

Algunos dirán que es madurez democrática o responsabilidad ciudadana, piropo que hasta nos reconforta. Pero, “salvo alguna cosa”, es pereza intelectual. Alguien me decía ayer en las redes sociales que no nos merecemos los gobernantes que tenemos. Pero yo digo que a lo mejor (a lo peor), sí que nos los merecemos. Los de antes y los de ahora. Porque a estas alturas todavía no sabemos si encabronarnos o morir “de alguna cosa”.

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